Tuesday, April 10, 2007

El Hippie y La Cabaña de Queso.

Mi papá fue un jipiteca, con todos los aditamentos incluidos; desde el greñero hasta las chanclas, desde Scott McKenzie hasta Strawberry Alarm O´Clock. Así que desde mi adolescencia me acostumbré a escuchar sus relatos sobre aquellos años de mariguana y rock & roll con personajes todos interesantes. Pero existe uno en especial que recuerdo inevitablemente cada vez que escucho una canción llamada “Cottage cheese”, de los Crow: al Hippie. Además de tragar la mayor cantidad de pop posible durante los sesenta, mi jefe tocaba en un conjunto, específicamente se encargaba del bajo, y claro, tenía varios amigos de su calaña. A uno de ellos le decían así, El Hippie. No era jipi, ni hippie, era El Hippie. Supongo que llevar encima un mote así, a sabiendas de que quienes te lo pusieron se hacen llamar a sí mismos hippies, no es algo que deba ser tomado a la ligera, por eso cuando supe de la existencia del Hippie lo imaginé como el hippismo en carne viva, y las historias que mi papá me contó sobre el sujeto no hacían más que adornar aún más su imagen con flores de colores chillantes y escurridos.

Feo, estrafalario, pacheco… entre las chuladas que pueden ser dichas sobre El Hippie hay una que prefiero: el greñudo aquel contaba con una maleta gigante de cuero, y en ella guardaba todos sus discos. Hay que decir que la colección de acetatos del Hippie estaba bien cotizada, que todos se la chuleaban. Por su parte, él no tenía más que presumirla cada que podía. Cuando la pandilla le caía a su casa, sacaba de alguna parte su maletota y al abrir el cierre caían decenas de plásticos: ya saben, Hendrix, Cream, Led Zepp, Beatles, Stones… lo básico, pero también joyas difíciles de conseguir entonces, como el de Crow. Cuando mi papá y el resto del conjunto escuchó “Cottage cheese” en la consola del Hippie, se pusieron los suficientemente lacios como para pedirle prestado el disco al dueño y así sacar la canción en cuestión. Desde entonces, cada vez que había tocada, “Cabaña de queso” (como es conocida en español) estaba invariablemente incluida en la lista, y El Hippie se encargaba de distraer la atención de los asistentes al toque. Famoso por su estilo al sacudir las carnes, El Hippie solía provocar que los asistentes a las fiestas alzaran las cejas al observarlo bailar frenéticamente esa pieza. El tipo bailaba como nadie, y esa canción hacía que sus mejores movimientos salieran a flote.

Un día El Hippie le contó a mi papá cómo la novia con la que vivía en aquellos sesentas lo abandonó; cómo se llevó su maleta de cuero en la huida, con todos los discos dentro. Reclamaba: “¡pinche vieja! ¡No hay pedo que se vaya, pero que no se robe mis discos!”. Y yo comprendo su enojo, imagino lo que debe sentirse que tu novia te chingue la colección de discos, y más en aquellos años, cuando conseguir platos como los que El Hippie atesoraba no era tarea sencilla. La situación ahora está regalada; si El Hippie fuera atracado de nuevo, no se llevarían su maleta, sino su reproductor de MP3, pero contaría con el respaldo en su computadora, así que se haría de otro aparato y ya, nada irremediable. Claro que tengo esa canción por ahí, y cuando la he llegado a escuchar se aparece El Hippie agitando las greñas al ritmo de ese bajo tosco y malamadre, mientras yo lo admiro azotar las sandalias gracias a esa voz chiclosa que pone pegajosas las bocinas.

Ayer por la noche, cuando tomaba el microbús, el track ese escapó de las bocinas de la unidad que me llevaría a casa. Cuando abordé, descubrí que del sistema de audio del chofer no salían más que baladas ñoñas, pero en el momento en que estaba a punto de sentarme hasta atrás se escuchó esa entrada similar a los golpes de un mazo contra un prado de flores; esa intro que, supongo, El Hippie aprovechaba para calentar los músculos y así no lastimarse en los siguientes minutos de frenesí. Cómo gocé escucharla, hacía un buen tiempo que no lo hacía y la encontré tan buena. Me acordé otra vez del Hippie… quién sabe si siga vivo, si sea testigo de estos tiempos. Cabe la posibilidad de que el microbusero que me llevaba ayer a casa fuera El Hippie. Después de todo traía “Cottage cheese” a buen volumen ¿no?, pero perdida entre baladas rancias; no puedo imaginarme al camarada de mi papá escuchando a Nazareth. No, no era. Si de baladas se tratara, él preferiría “Friends”, de Led Zepp, o algo de ese calibre. En fin, ayer azoté mis tenis contra el suelo a discreción con esa buena pieza. Sólo eso. Sin greñero, sin pachuli untado en la nuca, sin el morral bordado colgando del hombro, soy incapaz de bailarla con decoro. Por eso digo: sacúdete Hippie, en cualquier parte del infierno que te encuentres.



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