Wednesday, January 28, 2009

Adanowsky


El más dandy de los freaks
Adanowsky es su apelativo artístico, sin embargo su nombre real es Adan Jodorowsky. Y sí, efectivamente, es hijo del mítico cineasta chileno Alejandro Jodorowsky. El ídolo es su disco debut, un plato donde se presenta como una especie de Sandro arrabalero, un bailarín nato (se dice que James Brown le mostró sus primeros pasos de baile) con talento de sobra a la hora domar los instrumentos y la composición. Recién desempacado de Francia, el hombre de bigote afilado y anillos deslumbrantes comenta que sus canciones operan como una terapia y que su disco, literalmente, le ha salvado la vida.
¿Cómo fue que saltaste de Hell Boys, un conjunto de punk francés, a esta, tu presentación como solista?
Todo comenzó a los doce años, cuando tocaba el piano en un grupo llamado Alcohólica, pero la banda no me gustaba; sonaba como Metallica cuando yo era fan de AC/ DC, así que les dije chao. Luego aprendí a tocar bajo, batería y guitara y me encontré con Hell Boys. Entonces mi vida cambió musicalmente, empecé a escuchar a Elvis y a The Clash (incluso llegamos a telonearle a Joe Strummer). En ese grupo conocí la energía del rock, el frenesí, las groupies, las guitarras eléctricas. Sin embargo se trataba de música “normal” y yo quería crear algo nuevo, por eso abandoné al punk y empecé mi trabajo solista.
¿Aún conservas el espíritu punk?
Es que no soy un punk. Ni rockero ni cabaretero. Tampoco un crooner. Yo no tengo etiqueta. Hago lo que me gusta, lo que siento, lo que me apasiona. Cuando era niño a todo el mundo le decía que quería inventar un nuevo estilo musical, y nadie me lo creía. Se reían de mí. Aún no lo he logrado, pero ya cuento con un estilo.
Cierto, y con un personaje también; este dandy que representas en tu álbum debut.
Exacto, un dandy, un ídolo.
Te he visto en directo. Las mujeres aúllan como locas por ti cuando bailas, vives el sueño que todo hombre quisiera encarnar.
Y yo también soñé este momento. Convertirme en un ídolo es la materialización de uno de mis sueños de adolescencia: ser Elvis Presley. He adoptado esta personalidad por timidez, porque no es fácil aceptar que todos te miren cuanto cantas, es un acto bastante violento. Pero no voy a engancharme a este personaje de por vida; habrá en el futuro dos personalidades más para así completar una trilogía de discos. Seguiré siendo Adanowsky, pero no más “El Ídolo”.
¿Cómo fue criarte con tu padre, qué tanto definió tu personalidad real?
De niño estaba pegado a mi madre siempre, y si me separaban de ella me ponía a chillar como una foca. Cuando tenía ocho años mis padres se separaron y mi padre me dijo: ahora yo me voy a ocupar de ti, voy a trasmitirte la energía masculina. Desde entonces se transformó en padre y madre al mismo tiempo. Vivía en una casa de artistas, todo mundo gritaba y escribía. Creaba. Normalmente había sesiones de terapia con gente llorando y vomitando y yo todo eso yo lo absorbía. Siendo niño, podía defecar y orinar en los muros si así lo deseaba y seguido escuchaba sinfonías de mujeres teniendo orgasmos con mis hermanos. De mi padre aprendí mucho, pero lo mejor que me dio fue la energía para crear siempre, a pesar de todo.
Y lo que hoy creas un show muy divertido, aunque seguramente resultará oscuro para algunos.
¿Lo crees? En mis conciertos tomo una muñeca y le doy de cuchillazos en la entrepierna, pero es algo simbólico, como una liberación. Creo que no soy un ser oscuro; no me drogo ni me destruyo, soy muy sano. Pero me gustan los bares decadentes, la noche, salir de fiesta, la gente vacía, el mundo freak a blanco y negro. Lo imaginario. En casa de mi padre siempre hubo películas gore y porno. De niño las veía y desde entonces me gustaba lo raro y lo surrealista, lo extremo. En mi familia no teníamos moral y eso me marcó definitivamente.
México es tan conservador que no va a faltar quien te llame provocador.
No estoy en México para hacerme el “políticamente correcto”. Vengo a expresar quien soy. Si al público que escucha a Luis Miguel le gusta lo que hago, seré feliz, pero no voy a limitarme. Si tengo que bajarme los pantalones para defecar sobre el escenario lo haré, si es que así lo quiero. Antes solía limitarme por lo que la gente decía, pero me he ido soltando. Ahora me siento libre y creo que México me da la posibilidad de expresarme como yo quiero, y como todos están locos aquí creo que aceptarán mis delirios.
¿Y has escuchado música mexicana?
Sí, a Pedro Infante y a Jorge Negrete, los clásicos. Pero hace unos días compré unos cuantos vinilos… a ver, déjame recordar… fue un disco de Dug Dugs, y me encantó. Y compré otro, de Los Yankees.
¡Los Yaki!
Esos. Y me gustaron también. Me fascina México. Hay mucho qué hacer aquí. Creo que necesito conseguir cuanto antes un apartamento en México y más vinilos. Ah, y un tocadiscos también.


Una espesa nata de humor negro y pesadumbre escurre de los once tracks que aloja el álbum debut (en español, porque existe una versión francesa titulada Etoille Eternelle) de Adan. Un trabajo pleno de personajes -por momentos brutos y otras veces brillantes, pero siempre inconformes y sanguinolentamente cómicos- que bailan en un cabaret mientras se embriagan por una pena que, curiosamente, es lo único que ilumina con risotadas sus aburridos días. Sobresalen dos composiciones escritas con la ayuda de su padre (“Estoy mal” y “Yo soy”), otro par interpretado en francés (“Compagnon du ciel” y “Étoile Éternelle”) y una declaración incestuosa titulada cariñosamente “Mama”. La producción luce sobria y relajada, sin embargo no deja de sorprender por la eficacia con la que oculta los puntos más flacos del joven Jodorowsky (sus capacidades vocales están lejos de estar a la altura de sus facultades histriónicas, dancísticas y musicales). Luce modesto comparado con la forma en que se reproduce en escena, sin embargo es este un muy buen disco; lo suficiente para demostrar que, por ejemplo, Bunbury tiene mucho qué aprender.
Adanowsky. El ídolo. Noiselab, 2008.

Monday, January 12, 2009

Fleet Foxes

¿Alguien dijo hippies?
“Aunque entonces yo era muy pequeño, recuerdo cuando Kurt Cobain murió. Seattle ha cambiado mucho desde entonces. Solía ser un pueblo pequeño, pero luego llegó Starbucks y Microsoft. La música ha cambiado mucho también”. Así habla Robin Pecknold, alma y voz del grupo Fleet Foxes, respecto a su frío terruño al noroeste de Estados Unidos. Y no queda más que otorgarle la razón. Actualmente poco sobrevive de la era grunge y la capital del pop ha cambiado de cede al menos tres veces desde que Kurt decidió ponerse una escopeta en la boca. Sin embargo, pese a la manoseada crisis que sufre la industria discográfica, los sellos con mira lejana se aferran a vivir. Sub Pop es uno de ellos. Es su gente quien le tendió un contrato discográfico a Pecknold y sus compinches – Skye Skelset, Casey Wescott, Christian Wargo y Nick Peterson-, quienes aceptaron firmar por una razón muy simple, según Robin: “fueron las personas más agradables que conocimos y además las tenemos en la misma ciudad”.

La historia de Fleet Foxes se cuenta con pocas palabras. Sólo llevan un par de años tocando juntos, justo el tiempo que les ha tomado manufacturar las canciones que prensaron en un EP y un álbum (Sun Giant y Fleet Foxes, respectivamente). Hablando de su dieta discográfica, estos músicos comparten la colección con sus padres; se ponen chiflados escuchando a Love, Crosby Stills & Nash, The Zombies y Simon & Garfunkel. Es sencillo imaginarlos encendiendo unos cuantos inciensos mientras suben el volumen del tocadiscos y se asoman a mirar el cielo, indiferentes ante la herencia de sus paisanos Nirvana y Pearl Jam. “En nuestras composiciones hacemos énfasis en la armonía - cuenta Pecknold- y solemos hablar de nuestros amigos y familia, de la naturaleza. Echamos mano de guitarras, mandolinas y banjos para llenar los espacios melódicos y aunque nuestras canciones son sencillas, nos gusta evitar las estructuras convencionales”. Fleet Foxes sugiere echar un vistazo a las raíces y de paso a las plantas, justo lo que hace falta en un mundo dominado por tanto sonido “urbano” y luces artificiales de neón. ¿Demasiado hippie el trato? ¿Peor aún si se habla de cinco tipos que provienen de la tierra del grunge? Nada de eso, y Robin lo certifica: “no soy un hippie. Tal vez luzca como uno, pero de hecho esos hippies me causan desdén”.

Armonías bien trabajadas, bases rítmicas inquietas y tonadas del tamaño de “Quiet houses”, “Ragged wood”, “White winter hymnal” o “Blue ridge mountains”. Once canciones que recogen el perfil folk de Led Zeppelin (eso sí, haciendo a un lado el virtuosismo), pero interpretado por Neil Young con la compañía coral de los Beach Boys. Encima de ello, la reverberante producción de Phil Ek barnizando cuerdas vocales, de acero y de nylon también. Un disco para atrincherarse en una cabaña, encender la chimenea y luego escuchar canciones que celebran la salida del sol por el horizonte. Con Fleet Foxes dan ganas de ponerse campestre y silbar desenfadado mientras las barbas crecen hasta remojarse en un plato de sopa de hongos bien caliente.
Fleet Foxes. Fleet Foxes. Sub Pop, 2008.