Tuesday, September 12, 2006

Syd Barret (1946- 2006)


La despedida del astrónomo demente
Por Alejandro González Castillo

Primer acercamiento a un cerebro humano: La corteza cerebral es un manto de unos 3 mm de espesor que recubre al cerebro formando una capa de sustancia gris.
Primer acercamiento al cerebro de un astrónomo demente: Un tipo llamado Roger Keith Barret se encargó de diluir esa grisácea sustancia con LSD, al suministrarse durante algún tiempo una cantidad generosa de ácido cada mañana, para acompañar su café. Adquirió ese hábito mientras daba forma y personalidad a uno de los conjuntos más alucinantes que ha dado el pop: Pink Floyd. Y se encargó de hacernos partícipes de sus expediciones a las galaxias más lejanas y a las más gélidas aguas que podían encontrarse bajo su cráneo con sólo pinchar algunos de los discos en los que metió mano; The piper at the gates of dawn y A Saucerful of secrets- ambos con Pink Floyd- y el par que grabó como solista, The madcap laughs y Barret.

Syd Barret, como era conocido desde que era un adolescente, en su natal Cambridge, Inglaterra, se sintió atraído por el mundo del arte, especialmente por la pintura y la música, apenas siendo un niño. Solía tocar el ukulele, el piano y el banjo, pero una vez que tuvo cerca una guitarra y formó parte de algunos grupos locales y londinenses en los que ejecutaba blues, pulsó el botón que con el paso de los años lo haría elevarse del suelo. En 1965, ya como estudiante de la London Art Shool, conoció a un tipo llamado Roger Waters, quien estudiaba arquitectura. Juntos flirtearon con algunas chicas y se embriagaron y drogaron lo suficiente, pero lo mejor de esa amistad llegó el día que dejaron de lado las convenciones y Waters, quien tocaba el bajo, invitó a Barret a unirse a su grupo, The Abdabs, donde también militaban Richard Wright y Nick Mason. Syd aceptó, y al llegar al local de ensayo no sólo les quitó de encima el predecible repertorio de R&B clásico que ejecutaban, para poner en su lugar experimentación en todos los sentidos; además cambió el nombre del cuarteto por The Pink Floyd Sound, un mote que tiempo después fue cercenado para quedarse simplemente en Pink Floyd.

A comienzos de 1967, el cuarteto ya tenía su primer sencillo rotando en la radio, “Arnold Layne”, para agosto, las tiendas ya presumían el plato debut del grupo, The piper at the gates of dawn, y para noviembre, Syd daba avisos de que su cerebro lucía una cubierta color tornasol. Para decirlo vulgarmente, Barret estaba volviéndose loco, se encontraba fuera de sí la mayoría del tiempo y sus compañeros de conjunto lo notaban con preocupación. Cuando no se le encontraba extraviado en medio de la multitud, se le veía recluido en la soledad de su habitación por días enteros. Y si el insano estado de su mente era la causa de canciones del calibre de “Astronomy domine”, “Interstellar overdrive” o “Lucifer Sam”, su errático comportamiento comenzaba a hacer mella en el interior del conjunto, y existen decenas de anécdotas al respecto. Syd solía visitar otros mundos con su guitarra colgada, tieso como una figura de cera caliente a punto de escurrirse por el suelo mientras el resto del grupo se miraba entre sí sin saber cómo reaccionar. A Syd no le importaba agendar esas visitas interestelares ante centenas en un concierto, o frente a millones, en un programa de TV. En muy poco tiempo, había cambiado notoriamente en muchos sentidos, pero a Pink Floyd le afectaban sensiblemente las modificaciones en el ámbito creativo. Los hechos no mentían, para el debut discográfico de Pink Floyd, Barret compuso prácticamente todo el material, pero para el segundo avance, A saucerful of secrets, su participación fue muy discreta. Syd se convirtió en un peligro para el proyecto; composiciones suyas que llegaban colarse, como “Jugband blues”, atemorizaban a Waters, Mason y Wright por su contundente descripción del estado mental de Syd. Así que finalmente decidieron correrlo del grupo que él mismo había formado, antes de que lo llevara consigo al colapso. Su lugar fue ocupado por David Gilmour, un viejo amigo de Syd. Con esa alineación, Pink Floyd continuaría el viaje hacía otros planetas, al tiempo que Barret iniciaría uno sin retorno al interior de sí mismo.

A partir de entonces, las noticias de Syd llegaron a cuentagotas a los canales de amplificación masiva. A ciencia cierta, sólo se sabía que se encontraba junto a su madre, en casa, acompañado de un lienzo, sus pinturas y decenas de guitarras y amplificadores. Tras un breve periodo de reclusión, decidió llamar a Gilmour para solicitarle ayuda; quería grabar algunas canciones. Entonces vendría un caótico proceso de grabación donde Syd por un momento se mostraba como un genio, y en otro como un artista atrofiado, incapaz de grabar algo decente en la cinta. El resultado fue denominado The madcap laughs, y tuvo una secuela apenas unos meses después de su aparición, Barret. Ambos discos vieron la luz en 1970. ¿Qué hay en ese par de platos de Syd levantó, apenas armado de su guitarra? Nada más que el detallado informe de una tomografía sonora al lacerado cerebro de Barret, planificada por Gilmour con la asistencia de The Soft Machine. Piezas que ubican en el mismo track a la belleza y al caos. Después de eso vendrían algunas sesiones más, intentos fallidos por recobrar algo que se había escapado en sorbos de café ácido por la mañana. Mientras tanto, Pink Floyd elevó su figura a niveles siderales en piezas entrañables, algunas de ellas levantadas en honor del “desaparecido”. Pero el hombre real estaba ahí, sin saber de los rumores que generaba. En su vieja casa de Cambridge, con las manos embarradas de pintura frente al lienzo, o de tierra, sobre el jardín, cavando algún agujero para sembrar flores, Syd seguramente aún miraba hacia el cielo buscando planetas con los oídos.

Se volvió a saber de Roger Keith Barret hace poco. Esta vez no hubo rumores. Falleció. Dicen que su muerte fue pacífica. Dicen que no recordaba quién diablos era el tal Pink Floyd. Ese cerebro de Syd… no soportó el maltrato. Pero afortunadamente ahora todo ha cambiado, para Barret ya no existe algo que lo mantenga anclado. Ya no hay límites, ni los de su propia mente. A estas alturas las estrellas deben sentir miedo. Syd está cerca, muy cerca, sigue subiendo y casi pueden escucharlo llegar. Esta vez no va de visita. El astrónomo demente ya está rascando las estrellas con sus uñas afiladas como diamante. Brilla, podemos verlo desde acá abajo.

surferofiero@yahoo.com.mx

1 Comments:

Blogger mar said...

e-n-o-r-m-e...

"long gone" ;)

12:05 PM  

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