Whatever happened to my rock & roll
Ya perdí la cuenta de cuándo fue que me regalaron mi viejo walkman. Pero sí estoy bien seguro de que sus últimos días han llegado. Después de algunos años de servicial y alucinante compañía, el aparato ya da muestras de agotamiento. Está en las últimas. Si lo arrojo a mi mochila, en la operación se apaga. Si cambio de estación, entiende otra orden y echa andar el audio de la TV o acciona otra función. Ya he dicho en otros espacios que no estoy del todo contento con el formato MP3 y mucho menos con la carga hilarante de status que utilizarlo conlleva. Pero tendré que hacerme de un reproductor de esos. En realidad ya tengo un aparato que reproduce ese formato, pero sólo lo uso para fines prácticos, para “trabajar”; no para disfrutar de mi música. Sin embargo tendré que integrarme al siglo XXI; mis cintas y mi viejo walkman pronto tendrán su funeral. Ni modo, así será y detesto la idea porque yo, honestamente, prefiero el viejo rock & roll.
Me explico. Hablo de rock & roll, de su sonido. Las mejores consolas para grabar música ya no se hacen, tampoco los micrófonos, ni las pastillas de las guitarras ni los estudios de grabación. Todo eso hace tiempo que dejó de producirse para ser reemplazado por productos “mejorados”, todos esos cacharros han sido sustituidos por algo que se supone es mejor, en todos los niveles. Pero ese sonido tibio que otorga grabar en cinta cada vez es más complicado de encontrar, y no porque falten grupos con ganas de hacerlo, sino porque es carísimo; grabar un disco a la antigua, es decir, con todos los músicos en un solo cuarto grabando al mismo tiempo, y en cinta y con un número limitado de tracks, es infinitamente más caro que hacerlo en una compu. Y los resultados se escuchan. El sonido de una producción digital es tan falso, tan pulcro, que muchos artistas se las tienen que arreglar para conseguir un poco de grasa, aunque no sea de forma accidental y sí procurando chorrearla cuidadosamente, saturando, provocando feedbacks e integrando ruido ambiental. Sin más, yo prefiero el viejo rock & roll; ese sudor ácido que molesta y apesta.
Bien, sí. Mi rock & roll y los músicos a la antigua y los cacharros llenos de polvo y blablabla. Pero ¿cómo me pongo? ¿De dónde saco una tornamesa y cintas y LP´s y el resto de los accesorios? Muy pocos cuentan con esos aparatos, para hacerlo se necesita hacer sonar los metales. No tengo otra opción que hacerme de un pinche ipod, que sí, está muy padre el diseño y es muy compacto pero se escucha planísimo - comparado con otros formatos- y además está carísimo. Sólo deseo que no sea el comienzo del abandono, que así me vayan orillando a deshacerme de mi viejo rock & roll y que muy pronto, por ejemplo, tenga que dejar de lado mis libretas para escribir siempre en el teclado. Lo repito y no me canso, yo prefiero al viejo rock & roll y refiriéndome a mi ejemplo, a mis libretas de apuntes; aunque estoy consiente del favor que le haríamos al planeta si millones de árboles no fueran cortados para hacer papel, yo seguiré aferrándome a él. Porque ¿existe una forma de sustituir el pulso, ese drama que la muñeca le aplica al papel mientras las líneas se trazan? Seguro que no. Y lo mismo pienso de la música; debe escucharse en aparatos que se calienten, y entre más nos acerquemos a una media con la cual todos tengamos que conformarnos, más complicado será encontrar diferencias en nuestros gustos. Mi walkman agoniza. Lo cambiaré por un ipod. Pero jamás conseguirán que mi diario deje de ser la proyección de mis emociones por la madrugada para convertirse un frívolo cúmulo de archivos en formato digital. No voy a permitirlo hasta donde me sea posible.
surferofiero@yahoo.com.mx
Me explico. Hablo de rock & roll, de su sonido. Las mejores consolas para grabar música ya no se hacen, tampoco los micrófonos, ni las pastillas de las guitarras ni los estudios de grabación. Todo eso hace tiempo que dejó de producirse para ser reemplazado por productos “mejorados”, todos esos cacharros han sido sustituidos por algo que se supone es mejor, en todos los niveles. Pero ese sonido tibio que otorga grabar en cinta cada vez es más complicado de encontrar, y no porque falten grupos con ganas de hacerlo, sino porque es carísimo; grabar un disco a la antigua, es decir, con todos los músicos en un solo cuarto grabando al mismo tiempo, y en cinta y con un número limitado de tracks, es infinitamente más caro que hacerlo en una compu. Y los resultados se escuchan. El sonido de una producción digital es tan falso, tan pulcro, que muchos artistas se las tienen que arreglar para conseguir un poco de grasa, aunque no sea de forma accidental y sí procurando chorrearla cuidadosamente, saturando, provocando feedbacks e integrando ruido ambiental. Sin más, yo prefiero el viejo rock & roll; ese sudor ácido que molesta y apesta.
Bien, sí. Mi rock & roll y los músicos a la antigua y los cacharros llenos de polvo y blablabla. Pero ¿cómo me pongo? ¿De dónde saco una tornamesa y cintas y LP´s y el resto de los accesorios? Muy pocos cuentan con esos aparatos, para hacerlo se necesita hacer sonar los metales. No tengo otra opción que hacerme de un pinche ipod, que sí, está muy padre el diseño y es muy compacto pero se escucha planísimo - comparado con otros formatos- y además está carísimo. Sólo deseo que no sea el comienzo del abandono, que así me vayan orillando a deshacerme de mi viejo rock & roll y que muy pronto, por ejemplo, tenga que dejar de lado mis libretas para escribir siempre en el teclado. Lo repito y no me canso, yo prefiero al viejo rock & roll y refiriéndome a mi ejemplo, a mis libretas de apuntes; aunque estoy consiente del favor que le haríamos al planeta si millones de árboles no fueran cortados para hacer papel, yo seguiré aferrándome a él. Porque ¿existe una forma de sustituir el pulso, ese drama que la muñeca le aplica al papel mientras las líneas se trazan? Seguro que no. Y lo mismo pienso de la música; debe escucharse en aparatos que se calienten, y entre más nos acerquemos a una media con la cual todos tengamos que conformarnos, más complicado será encontrar diferencias en nuestros gustos. Mi walkman agoniza. Lo cambiaré por un ipod. Pero jamás conseguirán que mi diario deje de ser la proyección de mis emociones por la madrugada para convertirse un frívolo cúmulo de archivos en formato digital. No voy a permitirlo hasta donde me sea posible.
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