Wednesday, May 16, 2007

Toco fondo

Mi chica y yo llegamos a casa de un par de amigos, Andrea y Jerónimo, para celebrar un cumpleaños. Había pizza, unas cuantas cervezas y un pastel descansando sobre la mesa de la cocina. El pastel lucía poco apetitoso, pero me ofrecieron un trozo y no tuve más que aceptarlo. Masticándolo llegué a la sala mientras Jerónimo ponía algo de música que parecía tener guardada para la ocasión; se trataba de un acoplado de versiones a Pink Floyd, pero para ¡macizos! Me sorprendió especialmente “Money”, donde en lugar de máquinas registradoras haciendo la base rítmica a modo de intro, había sujetos tosiendo y rolando el toque. Estaba bien espesa. Entonces, mientras esos tosían sonadamente a través de las bocinas, por mi mente pasó la idea de tomar otro pedazo de pastel. No sé si la decisión tuvo qué ver con esa versión de “Money”, quién sabe. Simplemente caminé hasta la cocina y tomé un trozo más.

Al volver a la sala descubrí que habían puesto Fome, de Los Tres, en el reproductor de audio, y el volumen era bastante alto, como me gusta que sea. La pieza que sonaba era “Claus”, la correcta para aprovechar y hacer una visita al baño. Ahí me encontré con algunas revistas que empecé a hojear y que terminé leyendo con atención, sentado en una tina vacía. Cuando salí del sanitario, el resto seguía instalado en la sala. Continuaban bebiendo y charlando a buen volumen, la canción que estaba sonando era el track dos de aquel disco de Los Tres... ¿cómo podía ser eso, el track dos? Sentí que en el baño había pasado cerca de media hora, es más, pensé que me preguntarían la razón de mi tardanza. Pero no fue así. Todo estaba en orden y apenas habían pasado dos minutos en lugar de treinta. En fin, me senté en un sillón. El aparato proyectaba “Olor a gas” cuando Andrea me preguntó cómo estaba. Y yo estaba bien, por supuesto, qué pregunta. Pero mientras le respondía, repentinamente sentí que mi lengua tumbaba dientes sin piedad con cada movimiento, que los arrancaba de mis encías. Con esa sensación consideré que tal vez no estaba tan bien como pensaba. Algo andaba mal conmigo; desde mi lengua- tumba- dientes, hasta mi hombro izquierdo, transitaban partículas diminutas, esferas microscópicas yendo y viniendo, haciendo un sonido similar al que se escucha al final de “Let down”, de Radiohead. Sentí que esos movimientos microscópicos emanaban un color entre naranja y amarillo. Consideré la posibilidad de que mi lengua estuviera ya de ese color. Todo eso sucedía dentro de mí al tiempo que los anfitriones cambiaban de lugar en el sillón. Mi chica y yo permanecimos igual, pero lo que definitivamente movió su posición fue mi cerebro. Y el detonante de esa maniobra fueron las cuerdas de la guitarra con que abría el siguiente track del disco: “Toco fondo”. Me quedé mirando el suelo mientras sonaba y jamás había tenido mis oídos tan afilados. “…una nube no deja que sea azul…”. Sonreí. “Toco fondo a la orilla del mar, toco fondo y me niego a nadar. Oscuro el lamento y negro el final, tengo la duda, ¿vale cambiar?”. Mi sonrisa era nerviosa, y me di cuenta entonces. Esa canción hablaba de mí y yo no lo había percibido antes. Comprenderlo me pareció terrible; ¿cómo es que no lo había descubierto? ¿Cuándo me metí a ese disco? Sentí gusto al pensar que finalmente yo era una canción.

Extasiado por la carga de sensaciones que experimentaba, instintivamente sentí la necesidad de comer más pastel. Así que fui a la cocina y devoré otro pedazo. Había mucho aún, ¿quién notaría que yo ya llevaba tres, o cuatro, o siete rebanadas? Entonces miramos el reloj. Hora de salir. Más de una hora en metro para llegar a casa no era para menos.
-Vámonos, pero llevémonos pastel para el camino.
-Así, mira, en una servilleta.
-¿Más pastel?
-Sí, un poquito.
-Oigan ¿por qué no vamos al cine?
-No. Eso no. Ya tenemos que irnos.
-Uhhhh, es bien temprano.
- ...
-Bueno, pero los dejamos en el metro, ahorita sacamos el coche.

Subimos al auto. Jerónimo al volante. Mi chica y yo detrás. Andrea haciendo de copiloto. Tomamos una avenida que intenté ubicar sin conseguirlo. Pregunté entonces si estábamos en Churubusco y todos se rieron. Bien, yo no sabía dónde estábamos pero de algo estaba bien seguro: viajábamos a velocidad alta. Muy alta. De las bocinas del auto salía ruido a gran volumen, un ruido que yo no atendía porque estaba ocupado en otra cosa; sentía que un agujero negro nos tragaba. Estaba muy mareado y todo se me oscurecía, pero ellos reían y mordían pastel sin hacerme caso. Me asomé al tablero del auto y la aguja rascaba los 100KMPH. ¿Es que no sentían el vértigo? Una vez me estrellé en auto compacto y me salvé de milagro, por eso quería bajarme de inmediato de ahí, aunque el coche no se detuviera. Yo estaba hundido en el asiento, observando miedoso cómo los árboles perdían forma y se alargaban, cómo sus hojas se secaban a nuestro paso. No podía viajar tan rápido, no podía resistirlo. Jerónimo dijo entonces: “¿qué pedo, qué estamos escuchando?”. Me pareció una frase demasiado espesa, de vida o muerte. Por un segundo hasta olvidé mi miedo. “Pásenme ese compacto que hay bajo el asiento”, nos dijo, y movía sus manos, mirándome a los ojos por el retrovisor mientras su auto tragaba kilómetros rabioso. Yo me sentía al borde del colapso; ¿¡porqué chingados no mira hacia adelante, que no ve que podemos estrellarnos!? Y el disco no aparecía, ¿dónde madres estaba y porqué Jerónimo insistía tanto en encontrarlo? Finalmente apareció y el aparato se lo tragó. Sonó. Y era música sublime. Una ráfaga de calma entró por mis oídos y corrió por todas mis venas en un suspiro. Jamás había escuchado una canción así. Las líneas de la avenida eran azules y las líneas de la canción eran las que yo necesitaba entonces para perder el miedo. Sentí que el auto, el rayo láser del aparato y mis sangre, circulaban a la misma velocidad, a la correcta. Suspiré, me sentía aliviado. Como si volviera a ser quien solía. Al terminar aquel track nos detuvimos frente al metro. No sé cuál. Nos despedimos. Lo último que recuerdo es que bajo la tierra todo era silencio y yo me sentía verdaderamente confundido, perdido en el espacio y el tiempo. Estaba hasta el fondo, tocándolo. El túnel era negro y yo dejaba un zumbido eléctrico al atravesarlo.

Este es el disco que Jerónimo tenía guardado para la ocasión. Al hombre que se encargó de inspeccionar que el pastel de esa noche estuviera suficientemente verde, me lo encontré hace algunos días en el Salón México, la noche de la presentación de Easy Stars All- Stars, por supuesto. Finalmente yo no entré al lugar pero cuando choqué con Jerónimo en la banqueta ni siquiera me reconoció. Sus ojos estaban rojos.

4 Comments:

Blogger Unknown said...

Yeaahhh Fui a la tocada de estos gueyes hace dos fines de semana aquí en monterrey en el cafe Iguana para ser preciso, excelente! La voz de la vocalista potente y extasiadora al cantar a Pink Floyd y Radiohead. Let Down en ska!! se escucha a toda madre. Muy buena tocada a pesar de que me parece que no son los mismos tipos los que grabaron los discos esos: Radiodread y Dub Side of the Moon.

http://elmikke.blogspot.com/2007/04/radiodread_21.html

1:50 PM  
Anonymous Anonymous said...

estaba potente el pastelito, hasta yo terminé mareado nada más de leer la travesía!

11:12 AM  
Blogger elgüesos said...

Sí Mikke, la de "Let down" es de mis favoritas del Radiodread, me la imagino sonando en medio del calor insoportable del norte... Y Carlos; ¡imagínate los pasteles que ha de preparar Marlene! Supe que le dicen la Princesa del Hongo de San Miguel en los círculos bajos de su pueblo. Hace unos días se apareció por acá ella, La Reina, y olía como a tierra, creo que ya vive bajo ella.

11:22 AM  
Anonymous Anonymous said...

jajajajaja

...no ma-mes...

será el hongo, será la tierra, será la sobriedad o será el sereno pero radiohead ya no me pone...

:S

9:18 AM  

Post a Comment

<< Home