Monday, May 18, 2009

Un punk medio berrinchudo

Querida Wendy. Ayer salí a tomar un trago a un lugar donde había un trío de copetudos sobre la tarima. Tarola, bombo, crash, guitarra y contrabajo. El encargado de las baquetas mantenía cierto parecido con Buddy Holly, mientras los otros dos eran una mezcla de Pedro Infante con Joe Strummer. Por cerca de una hora destapé las cervezas al ritmo de versiones a clásicos de los cincuenta. El grupo ejecutaba bien de verdad, y sus evoluciones provocaron que la variopinta concurrencia del lugar se levantara frecuentemente de su asiento para jalonearse a gusto en la pista de baile. Cuando la fiesta parecía alcanzar su punto más caliente –naturalmente, con “Great balls of fire” como pretexto- un grupo de músicos nuevos recibió la estafeta en el escenario. Por desgracia, la vulgaridad fue la invitada de honor desde entonces. Decidí huir de la tanda de música barata que se avecinaba acompañado por unos cuantos amigos. Todos nos apretujamos en un auto compacto con la dirección clara: un lugar en el cual seguir pasándola bien, aunque a sabiendas de que no escucharíamos más los espectros de Roy Orbison y Gene Vincent. Parecía que la noche acabaría tan bien como empezó, con todos felices sobre el coche, entre bromas y risotadas, hasta que el listillo que viajaba a mi lado -quien por cierto se dice punk “de verdad", como si contase con una tarjeta de afiliación sindical emitida en el mismísimo Chopo- sacó un cigarro. Sí Wendy, con la naturalidad que uno abre el refrigerador para destapar una soda en casa, este sujeto se llevó la boquilla a su trompa mientras sacudía un encendedor. Antes de que se concretara lo que parecía inminente, le solicité al dizque punk que por favor se abstuviera de encender su cigarro. La petición no era gratuita. A mi lado había una persona que padecía asma, y esta le hizo saber su condición al fumador mientras el humo ya atascaba el aire dentro del auto. “No sé por qué soy tan necio”, dijo socarronamente el tipejo dibujando una sonrisilla, un gesto ridículo que pretendía poner en evidencia que sus bolas eran inmensas. Le exigí entonces que dejara de fumar, pero no fui escuchado. Entendí que el hombrecillo se sentía un gigante con el cigarrillo entre los dedos. Le urgía aumentar sus dimensiones y ese era el momento justo para hacerlo. Era Alguien (¡Alguien!) mientras le daba el toque a su tabaco y exhalaba el humo en mi inconforme nariz y la del resto de quienes viajaban dentro del auto.

Llegamos al lugar donde se supone seguiría la fiesta, y el cigarro del punketito permaneció encendido. Opté por ignorar al rijoso, aunque él mamonamente me decía que no me enojara –ay, que detalle- por un “pinche cigarrito”. Entramos todos al bar que seguía en la lista ya con el ánimo tropezando, pero aún vivo. Yo ignoraba que el desobediente tenía ganas de provocarme aún más; fumándose otro cigarro, pero con el detalle de que llevaría a cabo la acción en plena barra. Justo cuando yo pasaba a su lado para entrar al baño recibí una bocanada de humo en la cara. Fue demasiado. El sanitario podía esperar. Cambié de ruta de golpe para dirigirme a la salida y exigirle al inmenso hombre que resguardaba la puerta que se encargara del ignorante que repartía humo en la barra, quien de inmediato pisoteó su cigarro ante la corpulencia del solicitante. Fue cómica la escena, es decir, el vigor de la orden y su consecuente y sumiso acatamiento. Muy gracioso todo. Me fue imposible pasar al lado del “rebelde” y evitar hacerle un comentario fugaz mientras estrechaba su mano. “Qué fácil se le pone la suela en la garganta a un punk de postal como tú”.

Wendy. Hace poco tiempo acudí al médico. Cuando una tos seca e incisiva apareció de pronto. El diagnóstico fue claro ya con una placa de mi torax sobre un escritorio: bronquitis. Tú lo sabes querida, prácticamente durante toda mi vida he sido un fumador pasivo, pero eso se acabó.

Sobre estas líneas, una contundente muestra del arte que nuestro necio y fumador amigo desparrama cuando sus manecitas toman las crayolas. ¿A poco no es todo un artista? Y espérense a escuchar las canciones del muchacho (¡porque también toca la guitarra!), vaya talento el suyo. Que Mick Jones y Henry Rollins se pongan a temblar.

Wednesday, May 06, 2009

Nos Llamamos



A guitarrazos, así nos llamamos
Lejos de los convencionalismos de la escena local emerge Nos Llamamos, un trío capitalino que a punta de voltios le da una buena sacudida de hombros a todos esos grupos que se creen muy salvajes sólo porque se visten con colores estruendosos. Traen bajo la axila su álbum debut, Damián, Aarón y Héctor, a quienes se adhiere Hugo, el recién llegado al proyecto.
Sobre el nombre, Nos Llamamos, ¿homenaje a The Who?
Aarón. Nuestro nombre tiene qué ver con The Who en la medida que la gente lo relacione.
Damián. Nos Llamamos llegó después de usar nombres tan malos como Los Tubérculos o Tíboli.
Algunos relacionan su sonido con Sonic Youth…
Damián. En una revista leí que sonábamos a Soda Stereo y Stone Temple Pilots. Puro humor involuntario.
Aarón. Y no nos molesta que eso pase. Nos gusta Sonic Youth. Por ahí piensan que Boston es como nuestra banda madre…
Pues sólo se parecen en lo abigarrado de sus portadas. Por cierto, ¿quién hizo la de ustedes?
Aarón. Un amigo que se hace llamar Wicho.
Héctor. Dibujó lo que le hacía sentir el disco. Pensaba en un túnel donde flotaba mientras las canciones ardían en llamas.
Damián. La verdad es que se drogó para hacer la portada.
Me gusta cómo suena su disco, y sin drogas. Muy cutre y mal encarado.
Aarón. Es que se grabó en cinta de re uso con una máquina vieja. No buscábamos el sonido cristalino de las grabaciones de hoy en día.
Héctor. Aunque en realidad queríamos sonar como AC/DC.
Aarón. Y quien masterizó el disco, Alejandro Giacomán, nos dijo que eso no tenía qué ver con nosotros.
Grabaron con Martín Thulin (Fancy Free) y Alexis Ruiz (Paté de Fua).
Héctor. Alexis una vez nos escuchó en un concierto y de ahí nos propuso grabar, gratis.
Aarón. Y trabajamos también con Martín en el estudio, acomodándonos a sus ratos libres, por eso el proceso de grabación nos tomó un par de años.
Héctor. Fue él quien nos sugirió escribir letras, al comienzo carecíamos de ellas.
Aarón. Aunque no estamos seguros de que la gente las entienda, porque son como onomatopeyas, puros balbuceos y pegostes de palabras.
Me cuesta trabajo imaginar a alguien bailando feliz sus canciones.
Héctor. ¡Nosotros tampoco lo imaginamos!
Damián. Es que jamás hemos tenido público.
Bueno, estabas tú Hugo, el recién llegado al grupo, supongo que solías ser fan.
Hugo. Desde que escuché a Nos Llamamos me gustó un chorro su sonido. Para mí, es la mejor banda de México, sin más.
¡Hey, se te olvida Maná!
Hugo. Cierto. Aunque la verdad es que aún no nace quien supere a Sombrero Verde.


Sería injusto decir que Nos Llamamos se asemeja a Sonic Youth sólo porque al grupo defeño también le fascina pisotear sus pedales de distorsión a la menor provocación y se lleva pesado con la disonancia. Como el propio grupo dice, acá hay balbuceos, desafinados sí, pero filtrados efectivamente por su pedalería en tracks que desde los títulos plantean sus alcances -una canción “Marina”, otra “Roquera” y alguna “Ranchera”- y que regularmente llegan a su fin una vez que el nivel de voltaje ya ha provocado mareos. Ánimos sicodélicos en “Frenesí”, un homenaje garaje a Led Zeppelin en “Línea” y una especie de punk progresivo (!) en “Rompevientos”; todo delineado por interesantes movimientos de perillas en la producción para hacer de este álbum debut uno de los discos mejor logrados de 2008. Y eso sí es justo decirlo.
Nos Llamamos. Nos Llamamos. Silicón Carne/ Intolerancia, 2008.