Thursday, June 25, 2009

XX



Ayer cumplí veinte años con la guitarra que ilustra este post. Veinte años. Casi no lo puedo creer. Y mucho menos que prácticamente no haya pasado un día de mi vida sin dejar de acercarme a ella. Aún recuerdo el día que mi papá me la regaló, claramente, con pulcritud enferma.
No es el estilo de este blog pegar textos escritos por alguien más, pero me parece más que atinado este que he encontrado en el diario del conjunto español La Habitación Roja, creo que me queda muy bien. Salud.

Os propongo un juego, empezad a tocar un instrumento, no sé, por ejemplo el piano. Al principio no tendréis ni idea de qué va la cosa, os llevará aproximadamente unos seis o siete años empezar a dominar el instrumento, seguramente vuestras parejas os mandarán más allá de la Torre de la Vela cuando le hagáis más caso al instrumento que al amor que os profesa, posiblemente os mandarán a la mierda. Como estaréis sin un duro, porque vuestra pasión de músico no os permite tener un trabajo normal que os quite tiempo para tocar, tendréis que trabajar en garitos de mala muerte para conseguir pasta y compraros un buen instrumento. Más tarde intentad formar una banda. Y otra vez de nuevo a empezar. Tendréis que tener buenos instrumentos si queréis sonar medianamente. Alquilad un local de ensayo, que por cierto, no son demasiado baratos. Varios años os llevará poneros a componer, que sepáis componer, que aprendáis a grabar, que toquéis todos a una, en fin…Diréis: vamos a grabar una maquetilla a ver qué pasa. Sacad pasta de donde no la hay y grabad. La primera será una mierda y tendréis que grabar más hasta que encontréis vuestro sonido. Diréis, ¿porqué no hacemos conciertos? y ¡sorpresa! Tendréis que pagar para trabajar, es fascinante. Al cabo de los años os pelearéis unos con otros, cambiarán los miembros de la banda, etc… o simplemente formaréis otra y vuelta a empezar. Ya no sabréis qué es eso de tener pareja... Pasarán más años y estaréis agotados. Pero aún así, otra vez os meteréis a un estudio, ¡vamos a grabar un disco! Eso vale mucho dinero. Querréis editarlo, etc… y ¡sorpresa! no os contesta ni dios…, simplemente vuestra banda no existe. Más peleas, más cambios, hasta que a alguien se le agota la paciencia y dice: ¿por qué no nos sacamos el disco nosotros? Guay, cojonudo, de puta madre.¿Tenemos dinero? ¿….?¿Cómo? Dine… ¿qué?Ni un puto duro. Alguien consigue mucha pasta, para devolver, por supuesto, y empiezas a hacer los trámites para sacar tu disco.

Luego tendrás que pagar para tocar, pagar para trabajar y seguramente no vayas a cobrar nada. Pero esto no es lo mejor, la incompetencia en el mundo de la música es brutal. Te van a cancelar bolos por la cara y te van a joder cuatro o cinco bolos más porque sí. Después de un fin de semana de mucho curro, llegas a tu casa un domingo por la noche y el lunes a tu trabajo, si es que tienes. Si no tienes, la has cagado. Porque todo lo que tenías ahorrado te lo has gastado alquilando salas, alquilando furgoneta, alquilando un hotel y pagando gasolina y comida. Y al llegar a casa las cuentas te dan número rojísimos. Mi consejo es que el lunes por la mañana te acerques al SuperSol más cercano, compres dos sacos de patatas, un paquete de arroz y un hueso de jamón, eso no te saldrá por más de 5 euros. Y prepárate para comer patatas en todos sus modos de preparación y hacerte sopas de arroz con el hueso de jamón (consejo: el hueso de jamón te puede servir al menos para dos sopas).

Tú eras un chico con futuro, has estudiado, tienes un título, pero tu vida es tocar. Vas a maldecir lo que no está escrito y aún así querrás volver a salir a tocar lo más pronto posible y grabar otros discos para enseñarle al mundo que la música será nuestro pasado, nuestra historia. Acabarás con treinta y pico años con el futuro más negro que jamás hayas advertido.

p.d.: No le regaléis a vuestros hijos una guitarra para su cumpleaños.

Michael


Mi madre nació en un solitario pueblo del norte del país, polvoriento y olvidado hasta por las campañas del PRI. Pasó mucho tiempo antes de que llegase ahí el servicio de electricidad y claro, careció durante décadas de los servicios sanitarios mínimos para vivir decorosamente. Sin embargo, a pesar de su incomodidad, de niño me gustaba visitarlo porque había un río, iguanas, cerdos, vacas, caballos y gallinas; todos reales. Ah, también había burros.

En la casa de un primo, resguardada por un ejército de alacranes, una vieja consola Zonda hacía las de comedor y repisa justo en el centro de una gran habitación. A veces, por la tarde, los adultos hacían a un lado las carpetas de colores chillantes que cubrían su tapa y ponían discos. De sus bocinas infestadas de insectos escapaban canciones que jamás olvidaré, como las de Carlos y José y Los Cadetes de Linares. Tambien ahí, asomándome a su aguja, conocí a Michael Jackson. Uno de mis primos tenía un disco de él, Espeluznante lo llamaba; el Thriller pues. Y yo bailaba break dance mientras éste daba vueltas. Me divertía mucho oyéndolo.

Eso ocurrió hace varios años, en un pueblo abandonado al norte de México. No hay exageración en la sentencia que dicta aquello de que en todas las casas existe una copia del álbum más popular de ese sujeto que alguna vez fue negro y que hoy, dicen, ha muerto.

Saturday, June 13, 2009

Barro


¿Alguien dijo que enlodarse en Glastonbury no era divertido?

Monday, June 08, 2009

Ticket to ride



Un boleto Wendy. Lo llevaba en el bolsillo mientras andaba a toda velocidad, sudando en los pasillos del metro parisino, cargando maletas a las que no les servían las ruedas.
El sólo hecho de dar un paso significaba un auténtico suplicio. Cuando llego al fin a la estación de trenes, convencido de que sólo resta abordar y esperar el arranque, me lo dicen fríamente, como si fuera cualquier cosa: mi tren efectivamente está a punto de arrancar, pero lejos de donde me encuentro. Estoy, simple y llanamente, en la estación equivocada. Un boleto Wendy. Mi única esperanza, guardada cuidadosamente entre mis pulmones, sellada con el sierre de mi chamarra en esa madrugada que pasé dormitando en un frío asiento de la estación, merodeado por ratas. Ese mismo día por la tarde miraba sonriente los espectaculares que anunciaban la premiere de la exquisita Ratatouille, y para la noche ratas inmensas con quijadas de acero rondaban mis pies. Nada de chiefs sonrientes, nada de cenas pomposas. Apenas amaneció me dirigí a una ventanilla para suplicar ayuda; no tenía dinero para comprar un nuevo boleto, necesitaba que me hicieran válido el que aún guardaba. Fui escuchado y, sin promesas, quien me atendió firmó la parte posterior de mi ticket.



Ese garabato Wendy, fue mi pase a las vías. De no haber tomado su pluma y azotado el sello en el trozo de cartón, aquel amable sujeto hubiera visto correr más lágrimas de la persona que estaba a mi lado. Él no quería que eso ocurriera, y yo tampoco. Por eso al final nos permitió a ambos tomar el tren. Con un día de retraso abandoné París. "¿Lo ves?" - le dije a quien ya sonriente caminaba a mi lado- "Sabía que entenderían". Hace justamente un par de años sucedió lo que te cuento . Y hoy miro ese ticket como quien observa una foto de sus años de juventud. Conservo ese cartón rectangular como la prueba fiel de que vale la pena guardar un trozo de esperanza entre los pulmones, aunque a veces parezca inútil.