Friday, October 31, 2008

Black Rebel Motorcycle Club

Querida Wendy. La situación se complica. Parece que el mundo se colapsa. El aire se siente pesado de verdad. Ya cuesta trabajo moverse. Charlar. Hasta dar un beso o recibir un abrazo. Ayer escapé de una sucursal del infierno ubicada en DF -metro San Joaquín la llaman- para presenciar el concierto de Black Rebel Motorcycle Club. Mientras caminaba hacia el lugar de la cita confirmé que el cielo se había venido abajo y que las nubes en estado de congelación andaban por las banquetas. Tras entregar mi boleto al que resguardaba la puerta del lugar me dirigí hacia la barra y pedí una cerveza, con ella me abrí paso entre la gente. Mi destino estaba trazado: un par de guitarristas que me apuntaban con sus instrumentos como si fuesen escopetas. Dos tipos que me dispararían por más de dos horas hasta dejarme tambaleante, lloriqueando con las tonadas de “Complicated situation” y “Fault line”. Wendy, ayer escapé de una sucursal del infierno y me siento agradecido, porque tuve la suerte de escuchar cómo suena el mundo cuando se desquebraja.


Foto: Tony

Tuesday, October 28, 2008

Martín Thulin



Pasó un buen trozo de su vida en Suecia, sin embargo nació en Chihuahua -y en Argentina y Brasil fincó por algún tiempo su hogar. Su nombre es Martin Thulin y él mismo se considera autodidacta e intuitivo a la hora de poner las manos sobre la consola de grabación. En buena medida, él es responsable del sonido de engendros del calibre de Titan, Jessy Bulbo y Silverio. Además, por si fuese insuficiente, cuenta con sus propios proyectos: Los Fancy Free, Evil Hippie y 3rd Ear. Cuenta con estudios de Filosofía y Artes Plásticas pero vamos, los Estudios que verdaderamente le excitan son los llamados Silicón Carne, el lugar donde me recibe, en medio de una colección de guitarras y teclados vintage.; "tengo un equipo que cualquier profesional tacharía de asqueroso y decadente; pedales Electro- Harmonix, guitarras Kagstrom, un teclado Vox Continental, un Juno 60, una caja de ritmos Roland Rhythm 77, un Space Echo RD 201..."
¿Cómo fue que te metiste en esto de la producción y mezcla de discos de rock?
En los años noventa, cuando aún no podía autoproducirme, me costaba mucho trabajo entrar al estudio porque casi nada me gustaba. Recuerdo que alguna vez llevé un disco para que sirviera como referencia sobre cómo me gustaría que sonaran las voces, pero los del estudio me pusieron una cara de “qué diablos es esto”. Ante esta situación, poco a poco fui aprendiendo a hacer las cosas por mí mismo. Soy autodidacta. Y anti- Fermatta. Mi modo de trabajo es intuitivo, pero sé cómo hacer las cosas; modificar frecuencias, compresiones etc. En el campo del rock, los discos de antes del 2000 son muy feos, y creo que eso ocurre porque sí existen ingenieros de sonido muy preparados, pero no tienen onda. Han estudiado, pero vuelven todo esquemático cuando lo más importante es atender a los oídos.
Así que detestas la escuela.
No todo es malo en ella, pero creo que la mejor escuela está en los discos. Hay que escuchar muchos y de eso se carece especialmente en México. No hay historia. El rock no tiene raíces. No es que quiera culpar al mexicano por esa carencia porque existe una explicación histórica. Yo, que viví el new wave y el punk y cuento con una extensa colección al respecto, si busco en la basura material nacional de la época, en algún tianguis o bazar, no encuentro nada, si acaso un disco pirata de Ramones. Entonces, en México había bandas con onda, como Dangerous Rhythm, pero cuando escucho su disco la producción da pena. Para el propio grupo debió haber sido difícil porque seguramente ellos sabían cómo querían sonar, pero ¿quién les habrá grabado sus canciones? ¿Algún productor de música grupera? En cuanto a producción, el rock en español me pone de malas.
Van a odiarte los que dicen que acá se han hecho obras maestras, como El Circo, de Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, o Re, de Café Tacvba.
El Circo es de lo mejor de aquella época, me parece un muy buen disco, pero no me encanta su producción. ¿Caifanes y etc? Yo paso. No sé qué pasa con el rock mexicano, pero siento que le falta onda, tiende a ser cursi y aún no entiende qué significa ser cool. No hay riesgo ni actitud. No estoy criticando, simplemente creo que es una cuestión cultural. Tal vez no exista la necesidad de hacer música así en México porque el clima no ayuda. Acá no hay frialdad, como en Europa.
Pero algo bueno debe existir ¿no?
Zoé me trae, su producción es buena, pero mira quién la hace, un europeo. Hay bandas de los sesentas, como El Tarro de Mostaza, que tienen sus momentos, pero si las comparas con cualquier grupo sicodélico de otra parte del mundo, la verdad, no hay ni por dónde.
Cuéntame de Never Greens Vol. I y II, los más recientes discos de uno de tus proyectos, Los Fancy Free.
Lo grabamos al undostrescuatro, todos juntos y sin clic. Creo que desde el 72 los discos comenzaron a sonar muertos, checa un disco de Jimi Hendrix y sientes a una banda tocando, pero en los setenta la dinámica cambió y desde entonces es difícil encontrar un disco donde se escuche a una banda tocando, ni siquiera los discos de punk tienen eso. Con Los Fancy Free quisimos hacer un disco totalmente de estudio, pero grabando todo en vivo para luego mezclar y componer encima de lo que ya estaba grabado. Fue como retomar un poco lo que hacía Norman Smith, sus producciones se grabaron en 4 canales pero están loquísimas, y hoy en día que con una computadora puedes editar en cinco minutos lo que a George Martin le tomaba tres días, nadie lo hace. Actualmente los discos están conformados por canciones, una tras otra, y no pasa más. No hay álbumes con una idea global donde exista un planeamiento. Never Greens Vol. I y II son una especie de viaje en tren. Como salir de la ciudad, pasar por el centro, los suburbios, y la zona industrial y luego llegar acampo, los bosques y los mares. Eso es lo que quise producir con esos discos.
Esta entrevista fue publicada en la revista Soundcheck.
surferofiero@yahoo.com.mx

Wednesday, October 01, 2008

Un tunel

El vagón luce casi vacío. Viajo sentado y un par de personas me acompañan en el metro, vamos con dirección a Buenavista. Leo: “Sí, creo, siempre he creído que la renuncia al amor, autorizada o no por un pretexto ideológico, es uno de los raros crímenes inexplicables que un hombre dotado de cierta inteligencia pueda cometer en el curso de su vida”. Entonces un tipo sube. Algo debe vender, pienso. Y de inmediato vuelvo a lo que leía, lo repaso. Las puertas se cierran y el tren avanza. El hombre pasa junto a mí y me pide dinero, pero yo no lo escucho. Apenas alcanzo a ver que me extiende la mano y percibo un tufo picante a resistol 5000. Sacudo la cabeza sin voltear a verlo. No le daré dinero. Él camina por el vagón y sigue hablando en voz alta, pasa junto al resto de los pasajeros y al final vuelve para detenerse a mi lado, sólo que esta vez se agacha y me habla a la altura de los ojos, obligándome a hacer a un lado mi lectura.

- Tú eres chingón. Tú sí estudiaste. Yo soy un pendejo que no fue a la escuela. Dame un varo para una chela…
- No traigo.
- No mames. Dame un varo para una mona o vas a valer verga.
- No traigo.

Ante mi seca negativa, el hombre cambia radicalmente su tono “suave” para hablarme recio y me ordena darle dinero mientras me toma por el cuello. El vagón sigue su camino, perdido en la oscuridad. A mí me revisan los bolsillos. Cuando el asaltante encuentra mi teléfono celular comienza el forcejeo. De pronto tengo encima a dos. Ignoro de dónde salió el otro. Hay manotazos y palabrería hasta que finalmente llegamos a la siguiente estación, Lagunilla. Entonces las puertas se abren. El andén está vacío. Son las diez de la noche. El tren se detiene por un par de minutos, mientras tanto, esos dos me piden que me calle y que les de mi teléfono por las buenas. Pienso en accionar la palanca de emergencia, pero me queda muy lejos. Pienso en lo que pensará el par de pasajeros que me acompañan, si estarán planeando ayudarme. Pienso también en el operador del tren - ubicado a unos cuantos pasos de distancia de mí- en que lleva la ventana que lo conecta visualmente con el vagón tapada con un papel. Entonces la señal que anuncia que las puertas van a cerrarse suena. Viene un último jaloneo y los ladrones escapan justo cuando las puertas se unen. Los dos salen tranquilos, caminando despacio por el andén mientras el tren avanza. Se han llevado mi celular y cientos de veces más de lo que uno de ellos me solicitó caritativamente, para una chela. Mi libro está en el suelo. Lo levanto. Los pasajeros que presenciaron el robo observan sus pies. Los miro de reojo. Cuando llego a mi destino y me alisto para bajarme, uno de ellos me pregunta ¿a poco te robaron? Yo me quedo callado y camino para hacer el transborde. Escucho pasos; a vendedores de chicharrones preparados, cueritos y pepitas, pero nada de música pasa cerca de mis orejas. No estoy seguro si debo abrir de nuevo mi libro y continuar leyendo; si lo mejor es mantenerme alerta o volver a casa de una vez. Sigo mi camino hacia el transborde. Y entonces extraño a mis audífonos.


Ayudado de la más vanzada tecnología, un grupo de expertos toma muestras microscópicas del lugar en las vías donde comenzaron mis problemas. Los investigadores siguen a la caza de respuestas, pero aún no logran concretar cuáles fueron las razones que orillaron a ese par de puercos a asaltarme.