Thursday, September 21, 2006

Whatever happened to my rock & roll

Ya perdí la cuenta de cuándo fue que me regalaron mi viejo walkman. Pero sí estoy bien seguro de que sus últimos días han llegado. Después de algunos años de servicial y alucinante compañía, el aparato ya da muestras de agotamiento. Está en las últimas. Si lo arrojo a mi mochila, en la operación se apaga. Si cambio de estación, entiende otra orden y echa andar el audio de la TV o acciona otra función. Ya he dicho en otros espacios que no estoy del todo contento con el formato MP3 y mucho menos con la carga hilarante de status que utilizarlo conlleva. Pero tendré que hacerme de un reproductor de esos. En realidad ya tengo un aparato que reproduce ese formato, pero sólo lo uso para fines prácticos, para “trabajar”; no para disfrutar de mi música. Sin embargo tendré que integrarme al siglo XXI; mis cintas y mi viejo walkman pronto tendrán su funeral. Ni modo, así será y detesto la idea porque yo, honestamente, prefiero el viejo rock & roll.
Me explico. Hablo de rock & roll, de su sonido. Las mejores consolas para grabar música ya no se hacen, tampoco los micrófonos, ni las pastillas de las guitarras ni los estudios de grabación. Todo eso hace tiempo que dejó de producirse para ser reemplazado por productos “mejorados”, todos esos cacharros han sido sustituidos por algo que se supone es mejor, en todos los niveles. Pero ese sonido tibio que otorga grabar en cinta cada vez es más complicado de encontrar, y no porque falten grupos con ganas de hacerlo, sino porque es carísimo; grabar un disco a la antigua, es decir, con todos los músicos en un solo cuarto grabando al mismo tiempo, y en cinta y con un número limitado de tracks, es infinitamente más caro que hacerlo en una compu. Y los resultados se escuchan. El sonido de una producción digital es tan falso, tan pulcro, que muchos artistas se las tienen que arreglar para conseguir un poco de grasa, aunque no sea de forma accidental y sí procurando chorrearla cuidadosamente, saturando, provocando feedbacks e integrando ruido ambiental. Sin más, yo prefiero el viejo rock & roll; ese sudor ácido que molesta y apesta.

Bien, sí. Mi rock & roll y los músicos a la antigua y los cacharros llenos de polvo y blablabla. Pero ¿cómo me pongo? ¿De dónde saco una tornamesa y cintas y LP´s y el resto de los accesorios? Muy pocos cuentan con esos aparatos, para hacerlo se necesita hacer sonar los metales. No tengo otra opción que hacerme de un pinche ipod, que sí, está muy padre el diseño y es muy compacto pero se escucha planísimo - comparado con otros formatos- y además está carísimo. Sólo deseo que no sea el comienzo del abandono, que así me vayan orillando a deshacerme de mi viejo rock & roll y que muy pronto, por ejemplo, tenga que dejar de lado mis libretas para escribir siempre en el teclado. Lo repito y no me canso, yo prefiero al viejo rock & roll y refiriéndome a mi ejemplo, a mis libretas de apuntes; aunque estoy consiente del favor que le haríamos al planeta si millones de árboles no fueran cortados para hacer papel, yo seguiré aferrándome a él. Porque ¿existe una forma de sustituir el pulso, ese drama que la muñeca le aplica al papel mientras las líneas se trazan? Seguro que no. Y lo mismo pienso de la música; debe escucharse en aparatos que se calienten, y entre más nos acerquemos a una media con la cual todos tengamos que conformarnos, más complicado será encontrar diferencias en nuestros gustos. Mi walkman agoniza. Lo cambiaré por un ipod. Pero jamás conseguirán que mi diario deje de ser la proyección de mis emociones por la madrugada para convertirse un frívolo cúmulo de archivos en formato digital. No voy a permitirlo hasta donde me sea posible.

surferofiero@yahoo.com.mx

Sunday, September 17, 2006

John Fogerty


John Fogerty se presentó el miércoles pasado en el Auditorio Nacional. Estaba al tanto del calibre de artista que es, pero apreciarlo en directo me dejó muy emocionado. Ese lodazal de blues, R&B, rockabilly y country sí que pone. Fogerty va más allá de practicar un ejercicio de nostalgia que lo único que busca es engordar su billetera; lo que hizo hace unos días – al menos para mí- fue reclamar su lugar en la historia del rock & roll. Recordarlo retando a su amplificador, con una bellísima guitarra Rick colgada, arrancando de sus pastillas el lastimero feedback de “I put a spell on you”, orillando a su garganta a desgarrarse interpretando “Born on the Bayou”… ¡eso es rock & roll! Y los músicos que lo acompañaron; eso es montar un instrumento con decoro, pulsarlo macizo. Vaya manera de levantar “Rambla tamble”, “Bootleg”, “Badmoon rising”. Un concierto memorable de verdad. Fui con mi papá y, como él dijera, nos pusimos bien, bien lacios.
surferofiero@yahoo.com.mx

Tuesday, September 12, 2006

Syd Barret (1946- 2006)


La despedida del astrónomo demente
Por Alejandro González Castillo

Primer acercamiento a un cerebro humano: La corteza cerebral es un manto de unos 3 mm de espesor que recubre al cerebro formando una capa de sustancia gris.
Primer acercamiento al cerebro de un astrónomo demente: Un tipo llamado Roger Keith Barret se encargó de diluir esa grisácea sustancia con LSD, al suministrarse durante algún tiempo una cantidad generosa de ácido cada mañana, para acompañar su café. Adquirió ese hábito mientras daba forma y personalidad a uno de los conjuntos más alucinantes que ha dado el pop: Pink Floyd. Y se encargó de hacernos partícipes de sus expediciones a las galaxias más lejanas y a las más gélidas aguas que podían encontrarse bajo su cráneo con sólo pinchar algunos de los discos en los que metió mano; The piper at the gates of dawn y A Saucerful of secrets- ambos con Pink Floyd- y el par que grabó como solista, The madcap laughs y Barret.

Syd Barret, como era conocido desde que era un adolescente, en su natal Cambridge, Inglaterra, se sintió atraído por el mundo del arte, especialmente por la pintura y la música, apenas siendo un niño. Solía tocar el ukulele, el piano y el banjo, pero una vez que tuvo cerca una guitarra y formó parte de algunos grupos locales y londinenses en los que ejecutaba blues, pulsó el botón que con el paso de los años lo haría elevarse del suelo. En 1965, ya como estudiante de la London Art Shool, conoció a un tipo llamado Roger Waters, quien estudiaba arquitectura. Juntos flirtearon con algunas chicas y se embriagaron y drogaron lo suficiente, pero lo mejor de esa amistad llegó el día que dejaron de lado las convenciones y Waters, quien tocaba el bajo, invitó a Barret a unirse a su grupo, The Abdabs, donde también militaban Richard Wright y Nick Mason. Syd aceptó, y al llegar al local de ensayo no sólo les quitó de encima el predecible repertorio de R&B clásico que ejecutaban, para poner en su lugar experimentación en todos los sentidos; además cambió el nombre del cuarteto por The Pink Floyd Sound, un mote que tiempo después fue cercenado para quedarse simplemente en Pink Floyd.

A comienzos de 1967, el cuarteto ya tenía su primer sencillo rotando en la radio, “Arnold Layne”, para agosto, las tiendas ya presumían el plato debut del grupo, The piper at the gates of dawn, y para noviembre, Syd daba avisos de que su cerebro lucía una cubierta color tornasol. Para decirlo vulgarmente, Barret estaba volviéndose loco, se encontraba fuera de sí la mayoría del tiempo y sus compañeros de conjunto lo notaban con preocupación. Cuando no se le encontraba extraviado en medio de la multitud, se le veía recluido en la soledad de su habitación por días enteros. Y si el insano estado de su mente era la causa de canciones del calibre de “Astronomy domine”, “Interstellar overdrive” o “Lucifer Sam”, su errático comportamiento comenzaba a hacer mella en el interior del conjunto, y existen decenas de anécdotas al respecto. Syd solía visitar otros mundos con su guitarra colgada, tieso como una figura de cera caliente a punto de escurrirse por el suelo mientras el resto del grupo se miraba entre sí sin saber cómo reaccionar. A Syd no le importaba agendar esas visitas interestelares ante centenas en un concierto, o frente a millones, en un programa de TV. En muy poco tiempo, había cambiado notoriamente en muchos sentidos, pero a Pink Floyd le afectaban sensiblemente las modificaciones en el ámbito creativo. Los hechos no mentían, para el debut discográfico de Pink Floyd, Barret compuso prácticamente todo el material, pero para el segundo avance, A saucerful of secrets, su participación fue muy discreta. Syd se convirtió en un peligro para el proyecto; composiciones suyas que llegaban colarse, como “Jugband blues”, atemorizaban a Waters, Mason y Wright por su contundente descripción del estado mental de Syd. Así que finalmente decidieron correrlo del grupo que él mismo había formado, antes de que lo llevara consigo al colapso. Su lugar fue ocupado por David Gilmour, un viejo amigo de Syd. Con esa alineación, Pink Floyd continuaría el viaje hacía otros planetas, al tiempo que Barret iniciaría uno sin retorno al interior de sí mismo.

A partir de entonces, las noticias de Syd llegaron a cuentagotas a los canales de amplificación masiva. A ciencia cierta, sólo se sabía que se encontraba junto a su madre, en casa, acompañado de un lienzo, sus pinturas y decenas de guitarras y amplificadores. Tras un breve periodo de reclusión, decidió llamar a Gilmour para solicitarle ayuda; quería grabar algunas canciones. Entonces vendría un caótico proceso de grabación donde Syd por un momento se mostraba como un genio, y en otro como un artista atrofiado, incapaz de grabar algo decente en la cinta. El resultado fue denominado The madcap laughs, y tuvo una secuela apenas unos meses después de su aparición, Barret. Ambos discos vieron la luz en 1970. ¿Qué hay en ese par de platos de Syd levantó, apenas armado de su guitarra? Nada más que el detallado informe de una tomografía sonora al lacerado cerebro de Barret, planificada por Gilmour con la asistencia de The Soft Machine. Piezas que ubican en el mismo track a la belleza y al caos. Después de eso vendrían algunas sesiones más, intentos fallidos por recobrar algo que se había escapado en sorbos de café ácido por la mañana. Mientras tanto, Pink Floyd elevó su figura a niveles siderales en piezas entrañables, algunas de ellas levantadas en honor del “desaparecido”. Pero el hombre real estaba ahí, sin saber de los rumores que generaba. En su vieja casa de Cambridge, con las manos embarradas de pintura frente al lienzo, o de tierra, sobre el jardín, cavando algún agujero para sembrar flores, Syd seguramente aún miraba hacia el cielo buscando planetas con los oídos.

Se volvió a saber de Roger Keith Barret hace poco. Esta vez no hubo rumores. Falleció. Dicen que su muerte fue pacífica. Dicen que no recordaba quién diablos era el tal Pink Floyd. Ese cerebro de Syd… no soportó el maltrato. Pero afortunadamente ahora todo ha cambiado, para Barret ya no existe algo que lo mantenga anclado. Ya no hay límites, ni los de su propia mente. A estas alturas las estrellas deben sentir miedo. Syd está cerca, muy cerca, sigue subiendo y casi pueden escucharlo llegar. Esta vez no va de visita. El astrónomo demente ya está rascando las estrellas con sus uñas afiladas como diamante. Brilla, podemos verlo desde acá abajo.

surferofiero@yahoo.com.mx

Monday, September 04, 2006

Los Nena

Dudo mucho que el cuarteto capitalino Los Nena pretenda lucir como “provocador” cuando comete la osadía de grabar un disco y encima ponerlo a la venta. Para hacerse el maldoso y con esa acción llevarse unos cuantos billetes a los bolsillos hay otra clase de grupos. Los Nena no tiran mala leche, para nada. Abel, José Miguel, Daniel y Melchor lo que hacen es simplemente declarar sus principios. Aunque eso sí, los fundamentos que rigen sus movimientos sonoros parecen regirse por las leyes del caos. En cuanto a lo de los billetes, dudo mucho que Los Nena funcionen como una fuente segura y fluida de ingresos para sus integrantes. Quienes hayan estado cerca del par de discos que a la fecha han publicado esos cuatro sabrán de lo que hablo; algo así no es un buen negocio. Y si sus estómagos soportaron el castigo de escuchar completo alguno de esos discos- o si de plano ya tienen bien llagado el estómago, los dos- seguro se habrán preguntado si es posible reproducirlos en directo. Afortunadamente, el “sonido nena” puede reproducirse en directo, aunque no es sencillo encontrarse al cuarteto sobre el escenario. Así que verlos anunciados en el Alicia era una oportunidad que había que aprovechar.

Después de ausentarme un buen tiempo del agujero aquel, asistí al Alicia. Una vez adentro, descubrí que todo permanece intacto. Para bien o para mal. Pedí una chela mientras veía a algunos de los miembros del combo paseándose por el lugar, también con su trago en la mano. Yo esperaba el momento de verlos sobre el escenario cuando Abel trepó la tarima para anunciar que, esa noche, “parecía” que Los Nena no se presentarían y que a cambio el dúo Yokozuna haría lo propio. Y eso sucedió, Yokozuna tocó. Aunque el ruido estaba ahí, y a pesar de que Nos Llamamos ya había tocado e incluso el “ plato fuerte” de la tocada ya había sido devorado – la presentación del disco de Silencios Incómodos-, en realidad la mayoría de los ahí presentes estaban aguardando a que Abel y sus compinches ejecutaran su collage sónico apto para tripas de acero. Finalmente, después de que Yokozuna sudara allá arriba, Los Nena montaron sus instrumentos y yo respiré aliviado. Con ellos enfrente, haciendo lo suyo, no importó la hora (ya pasaban de las dos AM) ni la preocupación de buscar un taxi a la slaida. El cuarteto presentó un show que resultaría ocioso describir, porque hay que tenerlos enfrente para saber de qué se trata. Pero puedo decirles algo: esa madrugada el combo ofreció un espectáculo gratificante. Los he visto varias ocasiones, siempre me sacan una sonrisa y otra vez ocurrió; grandes momentos: “Señor primas”, “Pues qué hago aquí”, “La velocidad exacta”, “El papel de las culpas”…

Vacilaría al recomendar a quien no conozca a Los Nena que asista a alguno de sus conciertos, lo correcto sería ponerlo sobre aviso, solicitándole pensar un par de veces si lo más conveniente es que gaste su dinero de esa manera, pero como con Los Nena la corrección merece un lugar cercano a una letrina, pues qué: cuando sepan que Los Nena van a tocar, asistan, sin dudarlo. Sostengo firmemente que es uno de los mejores proyectos sonoros que México ha escupido. Un proyecto incómodo, caprichoso y hasta mamerto. Pero así son las nenas, todas las nenas.



surferofiero@yahoo.com.mx