Thursday, March 29, 2007

¿Semos o no semos emos?


El emo. Ya lo oíste por ahí, de seguro te dijeron que era lo máximo. Ya conoces los síntomas; hay que azotarse porque tu novia (o) no te quiere, dejarse una mecha de cabellos en la frente, delinearse los ojos y traer el pantalón bien untado a las nalgas. Con esos antecedentes, el emo parece punk, pero con “vel- rosita”, suavecito, para chillar a gusto.

Por Alejandro González Castillo.
Texto publicado en Gorila No. 58.
“Es que los medios siempre buscan una etiqueta para calificarnos”; así suelen justificarse algunos conjuntos cuyo sonido ha sido bautizado como emo. Pero esta vez quizá no les venga tan bien utilizar ese manoseado argumento, porque fueron los escuchas- esa masa de tipos con oídos que van por el mundo escuchando discos (exactamente igual que los “medios”)- los que un día se levantaron y dijeron: de ahora en adelante este sonido va a llamarse “emo”. El conjunto estadounidense que ejecutaba hardcore llamado Rites of Spring, fue quien dio a conocer la noticia al mundo, en 1985: un grupo de fans afincados en Washington comenzaban a denominar su sonido como emo. ¿La razón? Lo que el combo hacia sobre el escenario era verdaderamente “emotivo”; tenerlos enfrente significaba un auténtico despliegue de sensaciones, todas intensas. Así que decidieron bautizar ese nivel de ejecución, ese sonido específico, como emocional harcore, emocore: emo.

Punk por naturaleza
Rites of Spring no estaba solo: un buen trozo de la escena de Washington era similar a ellos. Embrace, Fire Party, Beefeater, Moss Icon, Shudder to Think, Soulside y otros más, no solo proyectaban emo en sus directos; formaban parte del catálogo de Dischord Records, un sello comandado por un icono de la escena hardcore: Ian Mackaye. Como él, muchos otros estaban un poco hartos de siempre escupir contra el rostro del sistema y comenzaron a buscar respuestas dentro de sí mismos. Ese cambio se vio reflejado en un sonido que, aunque seguía siendo hardcore, agresivo, contenía letras mucho más personales. Cuando Mackaye desmembró Embrace para formar Fugazi, el sonido emo ya estaba regado por todo EU con un puñado de grupos que citaban entre sus principales influencias a Hüsker Dü, específicamente un álbum: Zen Arcade.

Ese sonido emo, de naturaleza punk, tuvo promiscuos encuentros con otras sonoridades. Grupos como Sunny Day Real Estate, The Get Up Kids, Jimmy Eat World, Christie Front Drive, Saves the Day, The Promise Ring, Knapsack o Mineral procuraban algo similar a aquello que a mediados de los ochenta era llamado emo, pero con algunos cambios: ya era denominado indie- emo, melodic hardcore o screamo. Luego llegaron páginas en revistas, espacios en TV y radio comercial; todo el paquete. Para cuando el siglo XXI comenzó a andar, para la mayoría, la imagen emblemática del emo era Rivers Cuomo (frontman de Weezer), nada qué ver con un punk zarrapastroso porque Rivers usaba lentes de pasta que lo hacían lucir como un sentimental, incomprendido por la pandilla, pero exitoso con las chicas; lucía limpio, pero pandroso; en fin, azotado y solitario. Claro que Weezer no tiene demasiado qué ver con el emo- al menos no con la versión que aquí se acaba de detallar- y seguro que al conjunto le importa un comino si lo tratan como tal o no, pero el ejemplo funciona excelente para ilustrar que, así como ese rumor se formalizó, también nació una nueva visión de lo que era el emo, y sería copiada por todas partes.

Pero vayamos a la palabra, emo; ¿cómo está eso de que el sonido es “emotivo”, que no se supone que toda la música provoca emociones? Además ¿por qué los que dicen atorarle al “emo” se azotan tanto, es que es para sufridos? Y la última: ¿para entrarle al “emo” sólo hace falta comprarse el uniforme? Vayamos de una por una y sepamos de una vez si semos o no semos emos.

¿Emotivo?
Absolutamente toda la música es capaz de crear emociones. No importa que te guste o no lo que escuchas. Una canción de At The Drive In puede emocionar tanto como una de Megadeth o cualquiera de los Rolling Stones. Así que ese argumento de que los emos son muy emotivos está medio guango. Ahora, que los músicos que ejecutan emo derrochan energía en sus presentaciones, que orillan a los asistentes a sus conciertos al borde de las lágrimas con su entrega; ¿que no de eso se trata la música que nos interesa y el resto debe desecharse, que no así es todo el rock? Músicos con esas cualidades escénicas son los que debemos atender, sobran y no nacieron con el mentado emo (¿Mozart era emo?). Quien haya alguna vez visto algún directo de Radiohead se da cuenta de que en sus presentaciones no dejan un suspiro guardado, todo lo sudan sobre la tarima, como si en colgarse la guitarra se les escapara la vida. Y, ¿Radiohead es un proyecto emo? Mh. Pero yendo aún más lejos; ¿Panda o My Chemical Romance ejecutan emo? Eso es algo que aquí no va a ser discutido porque, sí, cualquiera puede emocionarse hasta las lágrimas sólo porque su novia les arrebató el popote de su malteada, o porque no pagó los boletos para entrar al cine ¿no? Digamos que cada quien se emociona a su manera, pero…

No te azotes que hay chayotes
Se comprende. A los 16 ¿qué otra cosa te queda por hacer cuando descubres que a las chicas no sólo les resultas un remedo de hombre, sino que hasta se burlan de ti? Y luego, cuando al fin te consigues una pareja y te corta a los tres días, ¿qué se hace? Pues azotarse, no hay de otra. Ahí el mundo se acaba y el resto no merece atención. ¿Que el emo es ruido para adolescentes? No suena del todo descabellado, porque ahí está el público que puede tumbarse al suelo a cada paso, lo único que les falta es un pretexto; puede ser su ex novia, su familia o los recuerdos de su infancia. Sentirse incomprendido y solo frente al mundo no es una novedad a esa edad, así que ha azotarse a gusto, a chillar sobre la almohada mientras se deshoja una margarita. Hummersqueal, Tolidos, Meet Your Feebles, Thermo, Canseco, Sad Breakfast, Austin TV y en una de esas hasta Panda o Allison están bien para sonorizar el berreo. Y ya que pasan lista estos grupos, vale recalcar que ellos son una especie de escena emo a la mexicana. Aparte de copiarse el guardarropa, tienen entre sí algunos puntos en común: les encanta repetir cada que pueden que son independientes, que no necesitan de las disqueras y que todo lo han hecho por sí mismos, que son muy honestos por ser “indies” y claro, a la hora de colgarse los instrumentos usan el pedal de distorsión y se desenvuelven como rockers, pero gritan que sus “niñas” los dejaron. Y las niñas les gritan también.

El uniforme emo

Pantalones bien untados, camisetita pegada de medio uso, como comprada en un tianguis, greñero loco (punto importante: la onda es “no me importa cómo está mi peinado porque eso es muy superficial, pero sí me importa que se vea pandroso, para que noten que no soy superficial”), tenis para skater (ustedes, amables Gorilas, llevan las de perder; primero los skatos fusilándose su facha y ahora esto) y gafas de pasta. Mención aparte merece el flequillo de cabello que cae sobre un ojo y por supuesto, el delineado en los párpados y, ya para azotados profesionales, la sombra completa. Así es como debe lucir un emo en regla, porque así como actualmente para ser punk sólo hace falta ponerse una camiseta de Ramones, para hacerse emo también con la finta es suficiente. Además ¿quién tiene tiempo y ganas de hacerse de unos discos de Hüsker Dü o Fugazi cuando las chicas pasan enfrente y no se está a la moda? ¿Quién tiene ganas de esforzarse en sus composiciones para que sobrepasen un blandengue discurso y propongan en serio cuando hay que decir que las disqueras apestan y que se es bien honesto con la escena? El uniforme no sólo se porta, también se escucha, por eso algunos por ahí se sienten ofendidos si los tachan de emokids.

Así que confiesa. Sí has llorado escuchando canciones despechadas y también te has azotado porque una novia te colgó el teléfono. Quizá sin uniforme, pero seguro que alguna vez fuiste o serás emokid. Y después de todo, de eso no hay bronca, que cada quien se azote como quiera. Lo que sí causa vergüenza es acercarse a ese punk “vel- rosita”, no importa si le llaman emo o le ponen cualquier otro mote. Ese punk acolchonadito es una farsa, y sufrir la desgracia de escucharlo sí causa emociones intensas, claro que sí; dan ganas de llorar, pero por lo nauseabundo que resulta.






Monday, March 05, 2007

La rebelión de los latinos chévere


Por Alejandro González Castillo
Texto publicado en La Mosca, No. 111.
Con más de una hora de retraso y tras soportar un sol calcinante, finalmente tuve una especie de gafete colgando de mi cuello, que me permitía tomar fotos de lo que sucedería en la “alfombra verde” que pisarían las figuras protagonistas de la velada. Jamás había presenciado algo así, pero me gustaba la idea de que se trataría de un buen desfile de carnes. Y sí, chicas deslumbrantes de prominentes caderas, en todas sus presentaciones, se contonearon sobre esa alfombra. El protocolo funcionó como una declaración de principios, porque ahí quedó claro que las caderas son el símbolo supremo de MTV. Alrededor de ellas, de su ir y venir, giraría la entrega de premios. Porque, ¿qué más, sino unas buenas nalgas, podría unir en un solo lugar a personajes tan distantes en apariencia? Ahí estaban todos, esperando el flash; Molotov, QBO, Maná, Austin TV… Desde los favoritos del canal de las estrellas hasta los indies que detestan que la imagen importe más que su música. Después de tomarse la foto, los esperaría un número considerable de adolescentes- y otros no tanto- de apariencia cool, a quienes se uniformó y colocó en un graderío. Ignoro si se les pagó, cómo fueron elegidos, pero su trabajo esa noche era muy simple: gritar. No importaba si quien pasaba frente a ellos era el actor de la telenovela en turno o Zoé; tenían que gritar y fingir ser fans mientras los de la alfombra se hacían pasar por artistas. Y todos cumplieron excelente.

Una vez declarados los principios, comenzó la entrega de premios. Nada fuera de lo común tomando en cuenta que en MTV no existe la censura y sus televidentes latinos pueden levantar la voz cuando se les antoje. Los conductores se comportaron políticamente correctos haciendo “sarcásticas” alusiones a la violación de los derechos humanos en México, al tambaleo de la instituciones, al muro de la vergüenza y claro, a las mexicanas bigotonas. Se aceptó que quizá México sea Sudamérica, pero se dejó claro que Miami jamás será Latinoamérica. Digamos que los conductores aleccionaron a Estados Unidos, como cuando Blue Demon Jr. puso en su lugar a los de Jack Ass a palazos. El mensaje fue: los mexicanos podremos estar pendientes de su canal de televisión, pero estamos lejos de ser unos tontos. Sí, el ánimo se puso picante, con sabor latino, por eso Kinky, Julieta Venegas y Daddy Yankee (¿qué tal ese nombrecito eh, muy latino?) tomaron el escenario juntos. Y que nadie se espante con esa mezcla que a primera impresión podría parecer ruda; ya saben que MTV apuesta por la unión de géneros. Por eso Molotov compartió micrófono con Belinda y Maná hizo lo propio con Evanescence. No se trata de incongruencia. MTV nos quiere unidos, de la mano; basta de celebrar las diferencias. Todos somos iguales y cabemos en ese canal donde es obligatorio pasarlo chévere con frases como: “No hablo muy bien español, pero ¡viva México!”. En el paraíso MTV, Kurt Cobain y Chayanne son lo mismo, Cerati y Tiziano Ferro también, así que en la entrega de premios no cupo hacerse el serio, había que sacudir las nalgas. Y nadie se quedó sentao chico, había razones (¿?) para celebrar contoneándose: el Mejor Artista Rock fue Maná, la Canción del Año perteneció a Shakira, el Mejor Artista Alternativo fue Panda y el Artista del Año se llamó Daddy Yankee.

Una gran fiesta, cómo no. Yo me disponía a levantarme de mi asiento tras saber que los artistas de Latinoamérica pueden dormir tranquilos con un premio MTV adornando su chimenea, pero cuando parecía que nada podría sorprenderme, Belinda y la nueva promesa del punk en México, Allison, tomaron el escenario para interpretar un clasicazo de Shakira que lleva por título, por supuesto, “Hips don´t lie”. Y todos los espectadores, con su puño arriba, bien aguerridos, acompañaron esa canción punketota y loca. Había tanta energía entonces, que Belinda perdió el control de sí misma y estrelló una guitarra contra el suelo bajo una lluvia de confeti. Entonces sí, me quedé mudo. Ni el desfile de carnes me sorprendió tanto. Todo en orden para MTV y su audiencia latina, pero ya va siendo hora de que el premio deje de ser una lengua y se convierta en lo que el público clama desde hace tiempo: unas carnosas y firmes nalgas.