Wednesday, May 23, 2007

La velocidad exacta

Estaba en casa. En mi cuarto. Medianoche. Atacaba un texto sobre cierto conjunto escocés. Mientras tecleaba las ideas me pareció prudente reventar el celofán de un plato que me había comprado unas semanas antes. Lo tenía frente a mí. Pasaban los días y lo veía sobre el escritorio, junto a otros que en realidad no me interesaba demasiado escudriñar. Pero él estaba ahí, esperándome y acumulando polvo sobre su tapa. Bien, pues mientras atacaba el texto aquel decidí abrirlo. Ya saben; desgarrar el plástico, abrir el estuche, sacar el plato, colocarlo en la charola. Todo el paquete. Regularmente no me gusta oír discos por vez primera mientras hago otra cosa, al menos no los que pertenecen a algún artista, pero esa madrugada era diferente, porque gracias a cierta ausencia en mi casa podría subir el volumen del reproductor y así darle una pasada a las bocinas como se debe. Vamos, escucharlo. Total, que la vecina se chingue.
Play.
Mientras fueron pasando los tracks fui haciendo de lado el teclado y acercándome cada vez más a las bocinas. Qué música. Estimulante. Buena en verdad. Entonces, ya bien hundido en la música, me dije: este disco merece abrir una botella. A huevo. Así que fui por el sacacorchos y lo hice. Hacía un rato que no me servía un trago rojizo y tibio, y me supo exquisito con eso ruido encima de mí, sobándome el lomo, haciéndome un masaje cerebral de los que ni Smither´s sería capaz. Puta, qué sabroso. Nunca había hecho un brindis por un disco, hasta esa madrugada que, vale la pena decir, para mí terminó algo tarde porque hubo tragos y más tragos, y luego más tragos. Afortunadamente la silla de la compu está a menos de un paso de mi cama y cuando lo consideré prudente me eché a dormir. Eso sí, con la botella bien cerca y el control remoto junto a la almohada. Gran madrugada. La tarde previa hacía calor, luego un poco de viento por la noche, pero yo estaba a la temperatura correcta como a eso de la una de la mañana. Pero lo mejor de todo era mi velocidad -uno de mis principales problemas. Qué complicado es para mí encontrar la velocidad exacta, la que debe ser. Ni tan rápido, ni demasiado lento. Lo justo, pero sin dejar de sentir el aire en los cachetes, el viento en los párpados. Y con ese disco y mi botella, viajé a la velocidad exacta. Qué wey; nunca había brindado por un disco. Ahora sé que debo hacerlo con mayor frecuencia.


surferofiero@yahoo.com.mx

Wednesday, May 16, 2007

Toco fondo

Mi chica y yo llegamos a casa de un par de amigos, Andrea y Jerónimo, para celebrar un cumpleaños. Había pizza, unas cuantas cervezas y un pastel descansando sobre la mesa de la cocina. El pastel lucía poco apetitoso, pero me ofrecieron un trozo y no tuve más que aceptarlo. Masticándolo llegué a la sala mientras Jerónimo ponía algo de música que parecía tener guardada para la ocasión; se trataba de un acoplado de versiones a Pink Floyd, pero para ¡macizos! Me sorprendió especialmente “Money”, donde en lugar de máquinas registradoras haciendo la base rítmica a modo de intro, había sujetos tosiendo y rolando el toque. Estaba bien espesa. Entonces, mientras esos tosían sonadamente a través de las bocinas, por mi mente pasó la idea de tomar otro pedazo de pastel. No sé si la decisión tuvo qué ver con esa versión de “Money”, quién sabe. Simplemente caminé hasta la cocina y tomé un trozo más.

Al volver a la sala descubrí que habían puesto Fome, de Los Tres, en el reproductor de audio, y el volumen era bastante alto, como me gusta que sea. La pieza que sonaba era “Claus”, la correcta para aprovechar y hacer una visita al baño. Ahí me encontré con algunas revistas que empecé a hojear y que terminé leyendo con atención, sentado en una tina vacía. Cuando salí del sanitario, el resto seguía instalado en la sala. Continuaban bebiendo y charlando a buen volumen, la canción que estaba sonando era el track dos de aquel disco de Los Tres... ¿cómo podía ser eso, el track dos? Sentí que en el baño había pasado cerca de media hora, es más, pensé que me preguntarían la razón de mi tardanza. Pero no fue así. Todo estaba en orden y apenas habían pasado dos minutos en lugar de treinta. En fin, me senté en un sillón. El aparato proyectaba “Olor a gas” cuando Andrea me preguntó cómo estaba. Y yo estaba bien, por supuesto, qué pregunta. Pero mientras le respondía, repentinamente sentí que mi lengua tumbaba dientes sin piedad con cada movimiento, que los arrancaba de mis encías. Con esa sensación consideré que tal vez no estaba tan bien como pensaba. Algo andaba mal conmigo; desde mi lengua- tumba- dientes, hasta mi hombro izquierdo, transitaban partículas diminutas, esferas microscópicas yendo y viniendo, haciendo un sonido similar al que se escucha al final de “Let down”, de Radiohead. Sentí que esos movimientos microscópicos emanaban un color entre naranja y amarillo. Consideré la posibilidad de que mi lengua estuviera ya de ese color. Todo eso sucedía dentro de mí al tiempo que los anfitriones cambiaban de lugar en el sillón. Mi chica y yo permanecimos igual, pero lo que definitivamente movió su posición fue mi cerebro. Y el detonante de esa maniobra fueron las cuerdas de la guitarra con que abría el siguiente track del disco: “Toco fondo”. Me quedé mirando el suelo mientras sonaba y jamás había tenido mis oídos tan afilados. “…una nube no deja que sea azul…”. Sonreí. “Toco fondo a la orilla del mar, toco fondo y me niego a nadar. Oscuro el lamento y negro el final, tengo la duda, ¿vale cambiar?”. Mi sonrisa era nerviosa, y me di cuenta entonces. Esa canción hablaba de mí y yo no lo había percibido antes. Comprenderlo me pareció terrible; ¿cómo es que no lo había descubierto? ¿Cuándo me metí a ese disco? Sentí gusto al pensar que finalmente yo era una canción.

Extasiado por la carga de sensaciones que experimentaba, instintivamente sentí la necesidad de comer más pastel. Así que fui a la cocina y devoré otro pedazo. Había mucho aún, ¿quién notaría que yo ya llevaba tres, o cuatro, o siete rebanadas? Entonces miramos el reloj. Hora de salir. Más de una hora en metro para llegar a casa no era para menos.
-Vámonos, pero llevémonos pastel para el camino.
-Así, mira, en una servilleta.
-¿Más pastel?
-Sí, un poquito.
-Oigan ¿por qué no vamos al cine?
-No. Eso no. Ya tenemos que irnos.
-Uhhhh, es bien temprano.
- ...
-Bueno, pero los dejamos en el metro, ahorita sacamos el coche.

Subimos al auto. Jerónimo al volante. Mi chica y yo detrás. Andrea haciendo de copiloto. Tomamos una avenida que intenté ubicar sin conseguirlo. Pregunté entonces si estábamos en Churubusco y todos se rieron. Bien, yo no sabía dónde estábamos pero de algo estaba bien seguro: viajábamos a velocidad alta. Muy alta. De las bocinas del auto salía ruido a gran volumen, un ruido que yo no atendía porque estaba ocupado en otra cosa; sentía que un agujero negro nos tragaba. Estaba muy mareado y todo se me oscurecía, pero ellos reían y mordían pastel sin hacerme caso. Me asomé al tablero del auto y la aguja rascaba los 100KMPH. ¿Es que no sentían el vértigo? Una vez me estrellé en auto compacto y me salvé de milagro, por eso quería bajarme de inmediato de ahí, aunque el coche no se detuviera. Yo estaba hundido en el asiento, observando miedoso cómo los árboles perdían forma y se alargaban, cómo sus hojas se secaban a nuestro paso. No podía viajar tan rápido, no podía resistirlo. Jerónimo dijo entonces: “¿qué pedo, qué estamos escuchando?”. Me pareció una frase demasiado espesa, de vida o muerte. Por un segundo hasta olvidé mi miedo. “Pásenme ese compacto que hay bajo el asiento”, nos dijo, y movía sus manos, mirándome a los ojos por el retrovisor mientras su auto tragaba kilómetros rabioso. Yo me sentía al borde del colapso; ¿¡porqué chingados no mira hacia adelante, que no ve que podemos estrellarnos!? Y el disco no aparecía, ¿dónde madres estaba y porqué Jerónimo insistía tanto en encontrarlo? Finalmente apareció y el aparato se lo tragó. Sonó. Y era música sublime. Una ráfaga de calma entró por mis oídos y corrió por todas mis venas en un suspiro. Jamás había escuchado una canción así. Las líneas de la avenida eran azules y las líneas de la canción eran las que yo necesitaba entonces para perder el miedo. Sentí que el auto, el rayo láser del aparato y mis sangre, circulaban a la misma velocidad, a la correcta. Suspiré, me sentía aliviado. Como si volviera a ser quien solía. Al terminar aquel track nos detuvimos frente al metro. No sé cuál. Nos despedimos. Lo último que recuerdo es que bajo la tierra todo era silencio y yo me sentía verdaderamente confundido, perdido en el espacio y el tiempo. Estaba hasta el fondo, tocándolo. El túnel era negro y yo dejaba un zumbido eléctrico al atravesarlo.

Este es el disco que Jerónimo tenía guardado para la ocasión. Al hombre que se encargó de inspeccionar que el pastel de esa noche estuviera suficientemente verde, me lo encontré hace algunos días en el Salón México, la noche de la presentación de Easy Stars All- Stars, por supuesto. Finalmente yo no entré al lugar pero cuando choqué con Jerónimo en la banqueta ni siquiera me reconoció. Sus ojos estaban rojos.

Wednesday, May 02, 2007

Ok Computer

La semana pasada salía a prisa de casa para entrevistarme con alguien cuando descubrí que mi grabadora no tenía cinta. Buscaba desesperado en unos cajones una que pudiera borrar para salir del apuro cuando me encontré con esto:



Grabé este cassete hace diez años. Iba en la universidad cuando alguien puso un disco en mis manos diciéndome “esto es música para volar”. Encontrarme la cinta destapó la cloaca de los recuerdos. Como cuando un amigo y yo supimos que los ingleses tocarían en La Diabla, como si fueran La Lupita o algo parecido, y “Creep” sonaba hasta en 97. 7. Tengo muy presente el día del concierto; no teníamos ni un peso y nos quedamos sentados en la banqueta imaginando a Thom Yorke untado en el atril, cantando “Stop whispering”, sin saber que esa noche sería lo más cerca que físicamente estaríamos del quinteto de Oxford, apenas a unas cuantas estaciones del metro de distancia. Tiempo después, en medio de una borrachera, me encontré con The Bends en una casa ajena, y literalmente despegué del suelo con “Just” y “Fake plastic trees”. Cuando Ok Computer estuvo en las tiendas, por todas partes se hablaba de que era una maravilla, una verdadera joya. Yo lo creía, pero también pensaba que para el quinteto sería difícil superar la perfección de “High and dry”, la rabia de “My iron lung”, la belleza de “Street spirit” o la desilusión de “Proove yourself”. Así que cuando me pusieron en las manos su tercera entrega, y acompañada de la frase “música para volar”, honestamente no me la creí del todo. Sólo tomé prestado el disco y me largué.

Cuando llegué a mi cuarto me dije: pondré sólo las dos primeras canciones para ver más o menos cómo suena y después me salgo a buscar algo en la calle. Pobre pendejo: “para ver más o menos cómo suena…" Apagué la luz y me senté en la orilla de la cama, lo más cerca posible de las bocinas. Puf. No me levanté de ahí -y prácticamente no me moví- hasta que el disco terminó de sonar. Recuerdo que cuando me paré de la cama todo mareado, pensé: ¿y cómo chingados se toca esto en directo? ¿Quién es capaz de hacerlo? Fue una sacudida, brutal. Esas canciones me dejaron temblando durante varios años y lo siguen haciendo cada vez que vuelvo a ellas. Desde aquella escucha en la noche, a la orilla de la cama, me dediqué a rascarlas con avidez para encontrar todas sus menudencias. Y lo hice con una cinta girando, porque no compré el disco hasta varios años más tarde. Recuerdo que de tanto escuchar el cassete que esa misma noche grabé, varias canciones quedaron fracturadas, entre ellas “Let down” y “Exit music (for a film)”. Le hice baches a la cinta por excederme adelantando y regresando, adelantando y regresando...

Ahora que he vuelto a encontrar esta cintota voy a dejarla tal y como está. Para qué borrar su contenido. Es más, la voy a poner a girar de nuevo. Este 2007 se cumplen diez años de que ese disco sin madre salió a la venta y de seguro pronto vendrá la edición de aniversario con varios extras. Se ve venir; la disquera celebrará con un relanzamiento en vinil, otro en CD 5.1, y uno más en Double Disc… pero no van a atreverse a sacarlo en cinta. Qué va. Afortunadamente yo ya tengo mi edición de lujo, y no tiene precio. Voy a poner mi cassete como hace diez años, y cuando acabe de escucharlo saldré, otra vez, a enseñárselo a todos mis amigos. “Escuchen esto por favor, es por su bien. No, no es música para volar; es para escarbar. Hondo, muy hondo.”

Aquí tienen a Nigel Godrich buscando mi cassete trás su consola de mando.